Formación en acompañamiento desde el respeto

emoción en movimiento

La vida es movimiento, sin movimiento, no hay desarrollo, ni aprendizaje. Cada vez hay más consciencia de la importancia del movimiento para el desarrollo equilibrado, incluso para el aprendizaje intelectual. En el inicio del movimiento, hay emoción, emotio, “aquello que te mueve hacia”. Nuestra emoción se origina en los estímulos que recibimos, nos atraen o nos alejan. Es la base del aprendizaje, pero también la base de nuestra relación con el otro, y con el entorno. Nuestro organismo siempre se adaptará al entorno, y por lo tanto aprenderá desde los estímulos del entorno y de la forma cómo los vivimos. Incluso más allá, entender el entorno es una necesidad tan básica como el afecto o la alimentación. Sabiendo todo eso, ¿no podríamos construir entornos diferentes en los cuales aprender es un placer, algo que satisface nuestra curiosidad innata?
Durante los primeros años de vida, el vínculo con la persona adulta de referencia que acompaña el proceso de desarrollo y aprendizaje es fundamental. De ello depende la relación básica que tendrá la criatura con el mundo que le rodea, si es un lugar seguro, en el cual relacionarse con el otro se hace desde el respeto, en el cual se permite un desarrollo de la individualidad, en el cual aprender es placentero. De esta relación con el adulto también dependerá la regulación de su agresividad natural. Equilibrada, demasiado baja, con poco movimiento de explorar y relacionarse, o demasiado alta, con demasiado movimiento y tensión, generando conflicto.
Todos los principios anteriores están de alguna forma plasmados en diferentes formaciones que se ofrecen a los educadores, maestros y cualquier persona que trabaja con niñ@s, incluid@s, por supuesto, padres y madres.
El enfoque común en todas las formaciones: la empatía hacia el mundo infantil.
Más allá de la metodología o técnica aplicada, acompañar a la infancia es sobre todo cuestión de la calidad del acompañamiento. Y esta calidad depende en gran medida de la capacidad de empatía hacia el mundo infantil.
La empatía tiene tres facetas: 1/ el darse cuenta 2/ el entender 3/ el sentir
Muchas veces la empatía viene de golpe, y no hace falta ni siquiera entender las cosas, las sentimos. Pero en el día a día, la rutina, los estereotipos, el estrés y los conceptos preestablecidos, nos impiden ver y entender a l@s niñ@s.
El darse cuenta, parece ser un primer paso, relativamente fácil, pero muchas veces hay niñ@s en el aula de l@s cuáles no nos damos cuenta. No molestan, no llaman la atención, pasan desapercibid@s. Algun@s de ell@s están simplemente integrad@s y participan y exploran con mucha seguridad. Pero otr@s se quedan atrás, no l@s ve nadie, no acaban de integrarse.
La faceta del entendimiento ¿Entendemos que una criatura que genera conflicto tras conflicto, en el fondo expresa que se siente mal? ¿Entendemos que l@s niñ@s expresan sus emociones sobre todo a las personas de confianza, y por eso, muchas veces no las expresan hasta que no vean a su madre? (A la cual reciben a veces con llanto o enfado, cuando parecía que han estado bien todo el tiempo.) ¿Entendemos para qué sirve la agresividad? ¿Entendemos cómo un niño o una niña de tres años expresa su enfado? ¿Entendemos por qué un niño o niña de dos años, se opone tantas veces, y quiere hacer las cosas “yo solit@”.
Si no entendemos estas cosas, sencillamente es muy difícil tener empatía con todas estas formas de expresar sus emociones, y por lo tanto no podemos ayudarles a regularse y expresar poco a poco mejor sus emociones.
La tercera faceta, el sentir, probablemente es la más difícil. ¿Por qué nos enfadamos cuando una criatura se enfada? ¿Por qué nos cuesta acompañar el llanto? ¿Por qué a veces nos desbordamos?

Hendrik Vaneeckhaute, psicomotricista relacional y especialista en prevención y salud infantil.